Recordaba gratos momentos que pasamos recorriendo las calles de la gran Lima con mi gran amigo el buen Gil.
Todas las conversaciones, alucinadas, pajazos mentales entre otras cosas, me sacaban de la realidad de ese entonces y dejábamos que nuestra imaginación haga su chamba.
El buen Gil me comentaba sobre sus fracasos sentimentales, sus arrechuras constantes y las eyaculaciones nocturnas que disfrutaba enormemente.
Yo la verdad que me rayaba con cada historia, eran fabulosas dignas de un best seller romántico; tal es así que los ojos del buen Gil como son chinitos, le brillaban haciendo juego con su resbalosa cabeza pelada.
Era tanta la emoción que mientras el buen Gil me contaba sus historias, yo iba desarrollando una película en mi gran cerebro (a propósito soy cabezón).
Cierto día, el buen Gil, me comentó sobre una chica de nombre Rosa Lee (pa´los sapos) y que salieron acompañados de otra nena que no recuerdo el nombre; comieron el clásico pollito a la brasa y entonces el buen Gil dijo: Acá la hago…. Y si lo hizo… pues él pago la cuenta. Sin embargo Rosa Lee tomaba el vino que el buen Gil había servido en las copas de las nenas como todo un caballero. El vino ya iba subiendo a la cabecita de las nenas y es cuando mi amigo, el buen Gil me comenta que empezaron a ponerse “calentones” con la conversación amena.
Rosa Lee, empezó a contar sus historias de cómo se inicio en los ricos y ansiados juegos eróticos, inicios que tuvo con su primer enamorado.
Alucinen que mientras el buen Gil me lo narraba, el pobre sudaba y se le enrojecía toda la cara de la emoción. Esa noche, no le pintó ni la Rosa Lee ni la amiga, lo único que comió con gran deseo el buen Gil, fue el pellejito del pollito a la brasa y se tragó las dos horas en la combi que le tomó regresar a casa…
Pero no se crean, ahora el buen Gil ya aprendió la lección: Antes de salir, investiga; antes de invitar, indaga; antes de mandarse, pregunta. Aunque todavía no hay resultados de todo esto, me dio mucho gusto haberles contado mi experiencia enorme de haber escuchado a mi gran amigo, el buen Gil.
Por: Javier Mercado P.