Escribe: Melina Fungueiriño
Buenos Aires, Argentina
363 días. Una eternidad. Eso significó para los hinchas de River la estadía en la “B”, un lugar completamente desconocido hasta hace menos de un año. Con más de cien años de historia, era imposible imaginar un club como River en un torneo que no fuera de Primera. Pero pasó y se sufrió. Mucho se sufrió.
El sábado 23 de junio de 2012 se hizo justicia. Los nervios abrazaban a todos los hinchas millonarios (a quienes se hicieron presentes en la cancha y a los que no). Tres puntos significaban salir del infierno. Depender sólo del equipo era bueno, pero podía no serlo también. En el fútbol no hay nada escrito.
El primer tiempo pasó sin penas ni glorias. Algunas jugadas importantes pero no más que eso, la ansiedad se interponía ante el claro objetivo de marcar un gol. En el entretiempo, Matías Almeyda realizó algunos cambios que le dieron un giro por completo al equipo. Y llegó él. El mismo que fue campeón mundial con Francia en 1998, el mismo que salió segundo en Alemania 2006, el mismo que ganó la Eurocopa en el 2000, el mismo que dejó todo eso y volvió a River para sacarlo del pozo. David Trezeguet fue tan importante para el equipo de Núñez. Ni él se imagina cuanto. Él mismo se encargó de marcar el primer gol. Y el Monumental fue una fiesta.
Los gritos y los llantos de las personas se unificaron: niños, adultos, ancianos. Eran una gran familia. Diez minutos antes del pitazo final, el delantero tuvo la posibilidad de aumentar la diferencia por medio de un penal pero la suerte no estuvo de su lado. No importó, el destino le jugó una buena pasada y cuando faltaban tres minutos para el pitazo final, el francés selló la victoria de las gallinas.
Luego de 90 minutos de pura tensión, el mismo Almeyda que hace un año lloraba porque el equipo que lideraba, descendía, sintió que se sacaba una mochila de los hombros. Y no lo evitó, lloró como un chico. Pero de felicidad. Ese llanto que se apodera del cuerpo y te hace reír mientras las lágrimas te cubren las mejillas.
Igual que él estaban los hinchas, felices, a los saltos, a los abrazos. Los millonarios demostraron ser los mejores luego de dos torneos muy difíciles. El primer puesto lo avala. Es meritorio festejar, el equipo se lo merece. Fernando Cavenaghi, el Chori Domínguez y Trezeguet se lo merecen, que rechazaron contratos millonarios para devolverle la sonrisa a River. Almeyda se lo merece, que puso su corazón en cada partido.
"¡¡¡Soy de River, soy de River, soy de River, yo soy!!" coreaba el estadio. Muchos dicen que es necesario tocar fondo para darse el empujón y salir a flote con todas las fuerzas. Que River sea el claro ejemplo. El fútbol argentino se lo merece.
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